Hace unos cuantos años, Paul Mc Cartney escribía “alguna gente quiere llenar el mundo con tontas canciones de amor/que hay de malo en eso?”. Más allá de la ironía del “tontas” para calificar a las canciones de amor, la sentencia es válida para todo tipo de géneros. Sin omitir el detalle que es el 50% de la dupla compositiva más importante del siglo XX, y melodista por antonomasia.
Julián Mourin parece haber tomado aquella propuesta –aunque no limitada a la canción de “amor” únicamente- para la concepción de su disco solista “Mate de metal”. Este, si bien cuenta con canciones de amor, abre su abanico a descripciones urbanas en las que la melodía y los arreglos se llevan las palmas. Pero siempre basado en ese formato “canción”, con una letra sentida y descriptiva y música artesanalmente realizada, con algunas programaciones que enriquecen el sonido de Mourin.
Desde la misma portada, se aprecia para donde va el disco. Un cielo celeste, aire libre, un mate, una guitarra, un amplificador y un parlante. Se ven los hilos colgando de los objetos pero justamente, es lo que no quiere esconder Mourin. Que la canción hable por si misma, de su real valor, concebida artesanalmente y pulida a través de los diversos recursos y sonoridades.
El disco inicia con “Canción para despertarla”, que es ese tipo de canción que despierta una sonrisa al instante que se la empieza a escuchar. Sonoramente bella, el “buenos días señorita, el sol ya subió”, no solo sirve para enmarcar la canción sino dar inicio a un disco agradable de principio a fin, bien grabado y con buenas melodías.
El clima de optimismo del disco es palpable a través de su desarrollo. La percusión mantiene el rítmo de “De paja y madera” al igual que la guitarra en “Huinserf”. Allí Mourin declara, entre el buen gusto en la concepción de las melodías, que son su marca distintiva, “Adivinen que? Si hoy me voy, no me importa nada. Llevo acá, en mi piel, ese fuego que no cesa”.
La sonoridad del disco lo ubica en un lugar de reunión o simplemente, de escucha mientras uno descansa, lo cual, llevará a una segunda escucha más detenida. Un estado ideal es cerrar los ojos y dejarse llevar por las canciones bien trabajadas de Mourin. De esta forma, se establece la comunidad y complicidad con el oyente. Los lazos se establecen de manera sutil. En “Nuevos Buenos Aires” mantiene el ritmo rioplatense para imaginar un Buenos Aires con “murgas en veredas” y su dosis de realidad para decir “paso por un chino, me compro este vino para festejar”. Aromas y gusto culinario, se mezclan con reflexiones personales en “Abundancia”, que parece captar las vivencias de Mourin en todos sus aspectos, constituyéndose en el tema que condensará el espíritu del disco. Se pregunta desde “¿como será cantar en un teatro grande?”a “¿como es posible vivir sin luz ni agua potable?” en una canción breve y de excelente gusto. “Donde el cero es lucero” surge a partir de la mirada reflexiva sobre una maratón al tiempo. “Este mundo gira igual, disfrazando sus miedos” es la idea/frase del tema, que al prestarse atención, se aprecia en cada tema.
La guitarra de Mourin te lleva de viaje por los distintos temas. “Lagrima suelta” descargará su bronca por tropezar una y otra vez, al tiempo que la voz de Lucio Mantel se une para crear un ambiente melancólicamente rioplatense, llegando a la conclusión moderna de “pago mis cuentas, libre de deudas. Canto con aires de chacarera”.
Julián Mourin concibió un disco que se aprecia y disfruta de principio a fin –con una yapita final-, que invita a más de una escucha, con la garantía de encontrar algo nuevo a cada momento.
Sábado 20 de octubre. Julián Mourin en Café Vinilo. A las 23.30 hs.