«Perros de Berlín»: Los demonios de la no tan perfecta sociedad alemana

Berlín es hermosa, cosmopolita como pocas. Por eso, cuenta con todo lo bueno y lo malo que puede tener la vida moderna, siempre con el toque alemán de disciplina y seriedad. ¿Por qué decimos esto? Básicamente para ubicar el contexto en que se desarrolla una serie atrapante que va más allá del divertimento y el pasar un buen momento para abrir el horizonte de reflexión.
 
El asesinato de Orkan Erdem, la estrella de origen turco de la selección alemana de fútbol horas previas a un encuentro crucial de su equipo frente al combinado de Turquía, es el puntapié inicial para diez capítulos de suspenso, tensión y oscuridad. El torbellino de hechos que se suceden como un efecto dominó, abarca varias aristas para el debate. La mafia del fútbol, el racismo, la corrupción policial y las miserias humanas que conforman a un individuo abren distintos capítulos más allá de la acción.
Más aún desde el momento que la resolución del homicidio es asignada a dos policías con más fantasmas que la casa de Drácula. Tal es el caso de Kurt Grimmer y Erol Birkan, un ludópata neonazi converso y un turco-alemán, gay liberal y 100% seguro de su sexualidad pero con la necesidad de aprobación familiar. De ahí que la cuestión identitaria los atraviesa en un país con un pasado nefasto en tanto respeto a las minorías y los derechos humanos.
 

En el marco de la sociedad alemana que se muestra (puertas afuera) como progresista, justa e igualitaria, aquí se visibiliza ese lado oscuro que retoma una realidad que enfrenta a polos opuestos tales como la influencia de la inmigración turca y la ultraderecha nazi que siguevigente, al día de hoy. Si bien no puede dejar de considerarse el carácter ficcional de la serie, la xenofobia es moneda corriente en Europa tanto en la vida cotidiana como en las canchas de fútbol en las que se hace, por ejemplo, un sonido de mono a los jugadores de origen africano. Justamente, mientras se desarrolla el partido Alemania-Turquía, un extremista de derecha reprende a sus camaradas por gritar un gol del equipo hecho por un jugador de raza negra. El “deshonran la camiseta de nuestra selección” no dista mucho de la declaración de Jean-Marie Le Pen al ganar Francia el mundial de 1998, cuando dijo que la selección no era “100% francesa” criticando la presencia mayoritaria de jugadores nacionalizados e hijos de inmigrantes. Tal es el caso de Zidane, Vieira, Djorkaeff, Trezeguez, Desailly, Thuram, Karembeu, Lizarazu y algunos más, varios de los cuales (sobre todo el gran Zinedine) eran jugadorazos.

En la serie, Orkan Erdem es criticado tanto por su comunidad (por no jugar para Turquía) como por algunos fanáticos de su país de adopción por no ser de un origen «puro». Algo que en la vida real se puede asociar a lo ocurrido a Mezut Özil, que terminó abandonando la selección campeona del mundo tras haber posado en una foto con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y acusar a la federación de fútbol germana de no aceptarlo como alemán.

Por otra parte, los policías protagonistas se ven enfrentados en los métodos a seguir para atrapara a los criminales de turno, ya sea el clan Tarek-Amir, los neonazis o el cartel croata encabezado por Tomo Kobac. La noción de justicia queda también supeditada a la máxima maquiavélica de “el fin justifica los medios”. ¿Está bien que esto ocurra? ¿No sirve actuar bajo el respeto a las leyes para hacer justicia? Ni hablar de la presión de los medios que saben lo que ocurre pero necesitan información con el fín de “informar a la sociedad”.
El concepto de familia también es puesto bajo la lupa. ¿Qué tipo de lazos se ven? Los Grimmer (¡qué madre y hermano!) es un buen ejemplo en tanto crianza sin contar los clanes o aquellas disfuncionales y del mismo sexo que, en otras sociedades, son más comunes que la nuestra.  

El carácter violento de la serie se hace palpable no solo en la acción y el lenguaje sino en una fotografía por demás lacónica que llena de sordidez el ambiente. La utilización de planos no muy abiertos, salvo en momentos determinados, imprimen proximidad a los acontecimientos. La música también juega un rol de importancia, en especial con ese clip que se realizó con “The Dogs”, la canción de Moby que atraviesa el último episodio como si fuera una editorial que toca todos los tópicos de la serie. El “Asi es como intentamos, allí es donde se muere, así es como lloramos, como los perros que se quedan afuera” se liga al devenir de los acontecimientos . Los que se quedan afuera de un sistema que se vende como si fuera la panacea de la sociedad justa y moderna pero que oculta debajo de la alfombra las miserias –enormes- con las que sigue contando. Historias como las de Sabine, Paula (y el gangster turco) y Murad (el rapeo que realiza es toda una declaración) son pequeños planetas que giran con identidad propia dentro del universo que plantea la serie. Quizás, sea en estas historias donde lo micro impacta aún más, a través de interrogantes que vale la pena hacer(se) y responder, aunque esto implique un dolor (¿y una autocrítica?) escabrosa.  
 
El elenco es por demás destacable. Felix Kramer y Fahri Yardým son esos dos tipos audaces que, placa de policía en mano, tienen ideas contrapuestas respecto a cómo llevar adelante los procedimientos para llevar a la cárcel a “los malos”, con todo lo que esta denominación implica. Las numerosas características contrapuestas y contradictorias de cada uno de ellos, enriquece el devenir de la serie en tanto hace elude cualquier tipo de apurada tanto por derecha como por izquierda. Las historias de cada uno de ellos son atrapantes. Vidas paralelas en las que los/as participantes de éstas, abren otro tipo de intercambio.
 
En un momento de la serie, Paula le dice a su esposo “Es momento de ser sinceros, Grimmer”. Algo de eso hay en “Perros de Berlín” en tanto quita el velo de la ilusión de una sociedad perfecta que, podrá serlo en cuestiones de funcionamiento pero tiene deficiencias -obviamente menores que las nuestras- a nivel social. El lado oscuro de una ciudad bellísima que también es extensible a las urbes del mundo en tanto conflictos raciales, étnicos y las desigualdades que se han consolidado y naturalizado. Todo con el individuo siendo partícipe necesario/cómplice de una situación laberíntica de la que no puede salir.

El racismo con el que cuenta la sociedad alemana no deja de sorprender –y no gratamente- a quienes se acercan a esta realidad. La relación con los residentes turcos en la capital teutona es elocuente. Ahí es donde surgen dos preguntas. La primera es ¿qué harían los «ciudadanos puros» sin la mano de obra turca? El problema es político y social en tanto la forma en que impacta el discurso nazi con las mismas ideas de siempre de “la traición”, “ellos nos roban empleos”, etc. 
Aquí, la segunda reflexión basada en que, si bien Argentina tiene su buen índice de discriminación, no tiene esas luchas crueles entre etnias y religiones. Por eso, resulta tan conocida como perturbadora al oído, cada intervención discursiva de quienes sostienen una idea extremista y xenófoba y como se relaciona con el discurso de cierta clase media y media-alta de nuestro país, fomentado ahora con la sarta de pavadas referidas al Nuevo Orden Mundial y la pandemia. Ni hablar de la forma en que repite todo esto ese gran y exitoso invento del capitalismo salvaje que es el pobre de derecha, sin darse cuenta que termina siendo el primer afectado de aquello que pregona.
 
“Perros de Berlín” capta la atención inmediata con un buen elenco y una serie de historias por demás ricas y corrosivas que permiten quedarse solamente en el carácter policial de la serie, que es por demás entretenida. Pero también llama a abrir un poco la cabeza respecto de una coyuntura en la que el capitalismo no brinda todas las respuestas a menos que implique prescindir de algún componente de la sociedad.


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