Los “blandos” vienen marchando

Las charlas con mi amiga Ana Inés Macaroni han sido inspiradoras de muchos escritos subidos a este blog. Incluso son el corolario de una situación que he vivido con mis pares en las que, cena/charla de por medio, terminamos hablando de “ellas”. O sea, las mujeres. No obstante, por cuestiones absolutamente racionales, termino en una vereda opuesta a la gran mayoría de mis congéneres, hecho que no me molesta en absoluto, sino que, diría, hasta lo disfruto.

En una de estas tantas cenas, me encontré Gastón, Marcelo, Luis y el Rulo. La cuestión era que el Rulo estaba contando que se había separado de su novia, después de ocho años. Contaba la situación, con un dejo de añoranza más no de tristeza. ¿Tan mal terminaron? ¿Hubo cuernos de por medio? No, para nada. «Es que, ella me hinchaba las pelotas», decía. Mi pregunta obvia fue «Con qué?» a lo que respondió…»Y….quería que nos fuéramos a vivir juntos y cosas así».
Él continuó su relato al tiempo que mi cerebro procesaba esta información, haciendo los siguientes cálculos. El Rulo tenía 36 años por lo que estaba de novio con la fémina en cuestión desde los 28. A todo esto, el tipo contaba que se habían ido de vacaciones y que ella, supuestamente, «cortaba mi libertad porque quería que me quede en su casa» -ella vivía sola-. Ahí es cuando hago la pregunta fatal, que desencadenó el «maremagnum» posterior: ¿Rulo, y vos con quien vivís? y su respuesta fue patética y obvia: «Vivo con mi vieja».
De más está decir que, a partir de ese momento, empezó un ida y vuelta por demás interesante e incomodo para la mesa. Mi primera observación fue que la mina estuvo saliendo con un tipo por ocho años, que es un vago y cómodo. ¿¿¿¿A los 38 años, con laburo y viviendo con la madre???? El nivel de comodidad da asco. Antes de que me ataquen con la cuestión económica, digo que el Rulo gana bastante bien. Lo más gracioso es que el flaco encima se quejaba de la que era su ex.


Como amante de la libertad, siempre pongo una metáfora muy soez: «Hay algo más lindo que caminar en bolas por la casa de uno?». Digo, cocinarte de acuerdo a tu gusto y humor a la hora que quieras, sin tener que depender de nadie. Porque, si vivís en la casa de mami, ni siquiera podes llevar a tu novia para una noche de lujuria porque la vieja está durmiendo en la habitación de al lado. Imaginate, le están dando a la matraca y abre la puerta la madre diciendo «Chicos, menos ruido que estoy durmiendo». ¡¡Es un bajón terrible!!
Además, hay otra cuestión. Si se respeta el ciclo «lógico» por llamarlo de alguna manera, que la madre parta del mundo de los vivos ¿que va a hacer este tipo con su vida? Digo, no sabe cocinar, limpiar una casa o poner un lavarropas. Ahí viene la gran pregunta “¿Qué mina con algo de neuronas y amor a su individualidad –a no confundir con egoísmo-, se engancha con un cráneo como este? Seguro que una “Susanita” que quiera ser “mamá” –porque el libro de la vida lo dice….y no, quizás, su deseo personal-, o una “princesita” que busque un tipo con un buen pasar que le satisfaga sus caprichos. Todo, a cambio de “casa, comida y matraca”. (La definición de “Susanita” y “princesa”, está aquí: http://elcaleidoscopiodelucy.blogspot.com.ar/2012/06/de-susanitas-y-princesas.html)
 

Ante esta andanada de argumentos que esgrimía, Horacio saltó en su defensa porque él, con sus 39 años, también vive con la mami, con la frase «Cada quien hace lo que quiere», a lo que respondí «Seguro, pero no te quejes de que te vaya como el orto con lo que elegís». Porque ahí, entra la autoindulgencia, la lástima hacia uno mismo, y la «mala suerte que acecha». Eso si, de autocrítica, ni hablar. 

Marcelo es el típico chabón que dice «Nadie me da bola porque soy feo» pero que quiere una mina, de Pampita para arriba, a su lado. Tampoco hace mucho para cambiar esta situación porque no sale – se lo invitaba a ir a diversos lugares hasta que hubo un hartazgo por sus negativas-, va poco al teatro y al cine; a recitales, solo si vienen los Stones o Mc Cartney ¡Así y todo, encima opina! Recuerdo una vez, cuando Gastón -en un rapto de sinceridad-, dijo, después de acabar con su segundo matrimonio por cornetear a su esposa, «Lo mio es un fracaso«, a lo que Marcelo dijo «y… la verdad que si«. Ahí, como es mi costumbre, le pregunté «¿Desde que lado te ubicas para decir que lo de él fue un fracaso? ¿De tu vasta experiencia con mujeres y relaciones? Decime con cuantas chicas te relacionaste en los últimos cinco años«. Obvio que el tipo se quedó mudo y yo quedé como el malo de la película. A todo esto, vuelvo por enésima vez con la misma pregunta, “¿en nombre del ‘respeto’ hay que aceptar cualquier pelotudez que se diga?”. Por otra parte, soy el malo porque no me quedo con el statu quo de aceptar todo, sin ningún sustento en la opinión que se esgrime. Con respecto al término “aceptar”, ¿se acepta todo en la pareja con tal de estar con alguien? ¿Aceptar todo es sinónimo de “felicidad”? ¿O será que la felicidad de uno es la cárcel para otros? Esto no me molestaría en lo más mínimo en tanto y en cuanto uno lo elija. 

Parece que hoy en día, es más fácil quejarse y llorar de la suerte que le ha tocado a uno que hacerse cargo de los aciertos y errores para proceder al respecto. Si, ya se que cuesta pero…¿no es peor encontrarte a los 20, a los 25, a los 30, a los 35, a los 40, haciendo exactamente lo mismo?

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