En mis primeros años de Facultad, enseñaban en los diversos talleres, la forma de escribir correctamente y tratando de mantener una cierta ecuanimidad en el texto. Parece que muchos de los que daban cátedra en su momento, se pasaron al lado de los “tirabombas” o directamente “opinólogos disfrazados de agentes de prensa del monopolio que ponga la tarasca. A menos de dos días de la muerte de Nestor Kirchner, varias plumas han salido con la idea de copar la cancha con sus pensamientos iluminados que también incluyen una patoteada literaria.
Eduardo Van der Kooy era un periodista al que empecé a leer en el año 1988, incitado por mi profesor de Contabilidad, Jorge Barrese. Este fue mi primer profesor “de universidad” en el secundario. Exigente pero con una mentalidad neoliberal matizada con cierta soberbia digna de aquél que disfruta su momento. La forma en que Van der Kooy fue cambiando el discurso a través del tiempo fue impresionante. Desde la adjetivación exagerada de “Se ha derrumbado, de la peor manera, la única certeza perceptible en el horizonte de la política argentina” o “Su muerte estremecedora despliega además un abanico de incógnitas” para compararlo en el siguiente párrafo con Vladimir Putin. En un punto, hace referencia al “vacío profundo que deja el ex presidente denota una de las tantas anomalías o singularidades –si se prefiere– de la institucionalidad y la política doméstica”. No peco de inocente al pensar que ese tan mentado vacío es el mismo que deja cualquier líder cuando fallece o deja el poder. Además, ¿por qué menciona a la “institucionalidad”? ¿A qué se refiere? Si, ya sabemos a que se refiere pero la obviedad de su discurso es grosera. Más aún cuando los que se denominan “democráticos” lo son, siempre y cuando, el gobierno de turno –elegido por votación popular- respete sus intereses. Caso contrario, deja de ser “legítimo” por la mezquindad de unos pocos.
Creo que hay que mirar un poco los libros y recordar que María Estela Martínez de Perón (a.k.a Isabelita) asume el poder por fallecimiento de su marido, Juan Domingo Perón. En el caso actual, Cristina Fernández ganó las elecciones –algo que no hizo Isabelita, carente todo carisma y experiencia política- y no asumeun cargo de “paracaidista”. Ni que hablar de las diferencias coyunturales entre el 74 y el 2010.
Otro punto que se destaca es la condición de género de Cristina. Como mujer solo era el soporte “intelectual” de Nestor (a decir de Van der Kooy), quien tomaba las decisiones a seguir “a posteriori de una rabieta”. La condición de género es a lo que también apunta Rosendo Fraga. Si la memoria no me falla y con los matices que tuvieron todas, tanto Golda Meir, Margaret Thatcher, Corazón Aquino, Michelle Bachelet, Angela Merkel o Indira Gandhi fueron mujeres que ejercieron el poder de sus respectivos países y no se habló tanto de su condición. Más en el caso de Aquino, cuyo esposo fue víctima del dictador Ferdinando Marcos. Fraga la pone a Cristina como una sumisa mujer a la que su marido “se encargó de hacer evidente que era quien ejercía realmente el poder y no su esposa, la presidenta Cristina Kirchner. Ella nunca lo rechazó, nunca buscó generar un espacio propio de poder ni en lo símbólico. Ella ocupa ahora el centro de la escena y tiene la oportunidad de ejercer el poder por sí misma, un año antes de las elecciones y trece meses de que termine su mandato”. Si la memoria no me falla, ¿La Nación no era uno de los diarios que más criticó el estilo “soberbio”, “de maestra ciruela” a la vez que “fashion” de Cristina? ¿En qué quedamos? ¿No tenemos término medio, Rosendo? Además, advierte “Si ella insiste en la línea fijada por su marido, no le será fácil gobernar. Ella no es la misma persona y además ese estilo, estaba claramente en crisis”. Continúa Rosendo su evaluación diciendo que (Kirchner) “Deja a su esposa, con un gobierno sólido en lo económico, pero enfrentado con el sector productivo mas importante del país que es el campo –N de R: un sector egoísta y que apoyó todos los golpes de Estado del país-; en conflicto también con el sector industrial; en mala relación con la Corte Suprema como lo evidencian los fallos recientes; enfrentado con el Congreso, como lo muestra el último veto; en conflicto con la Iglesia Católica –N de R: ídem campo-; enredado en una surte de «guerra» contra los principales medios privados del país –N de R: recordar el papel de Clarin y La Nación en la Dictadura y en los apoyos a los sectores económicos en la década menemista que tanto bien le hicieron al país- y en trance de romper relaciones con el gobernador de la principal provincia”. El último párrafo es interesante de leer “La continuidad institucional no está en riesgo en la Argentina, pero puede estarlo la gobernabilidad en el final en el tramo final del mandato de Cristina, si ella no aprovecha lo que posiblemente sea su oportunidad histórica: dejar de ser la presidenta de una facción, para pasar a serlo de todos los argentinos”. No recuerdo a Rosendo decir lo mismo en la época del menemismo, de De la Rua y mucho menos en la de Duhalde.
En varios seminarios que participé de periodismo, la consigna era escribir aquello que resultase útil para el lector por medio de una investigación seria. Sin contar con que el periodista nunca debe ser, mejor dicho no debe creerse, más importante que la nota. Ahora se pasó a un periodismo empresarial en el cual el empleado de los medios debe decidir si continúa ejerciendo una profesión hermosa con independencia y seriedad o si se transforma en un buen ejecutor de las órdenes del patrón de turno.
Los buitres teclean con sus picos las órdenes de sus jefes, olvidando en un viejo arcón, el deseo de un periodismo serio y realizado con argumentos sólidos. Pero claro, por un sueldo de seis cifras por mes vale la pena ¿no?