En este caso, la directora Aldana Contrera retoma el texto de Spregelburd y realiza un trabajo similar al que hizo con Javier Daulte para su primera –e interesante- obra “Otras mujeres”. Contrera cortó la duración del original spregelburdiano, y lo redujo a una hora. La historia de los hermanos Lucrecia y Lucas, operados ambos de riñón, vuelve a la palestra con la vuelta de Lucrecia, después de quince años sin verse.
El aspecto costumbrista de la obra se mantiene y se exacerba en tanto las relaciones madre-hijo/a, en el que la primera adopta una postura sarcásticamente exagerada para ilustrar una postura bien conocida pero que pocos quieren ver y/o apreciar. La forma en que Lucas busca evadir esta ominosa realidad es a través de la técnica de los sueños lúcidos; ejercicios que intentan hacer del durmiente un manipulador consciente de su propia producción onírica. Lo paradójico es que la familia cuenta con toda la disfuncionalidad posible y con la “lucidez” brillando por su ausencia. Hay un cambio constante en el eje de la mirada debido a que se intercalan los deseos no cumplidos y las pretensiones de las personas de ser los protagonistas de su propia vida. Porque la que busca más, el salir de la chatura es la criticada (Lucia, que se va a vivir afuera) mientras que el mantenimiento del statu quo es lo ideal para que el tiempo pase y nos vayamos poniendo…de alguna manera. En el excelente disparate que es la dramaturgia, que entremezcla a Miami con Ramallo, operaciones de distinto calibre y formas no tradicionales de la medicina, Contrera recorta hace su propio patchwork dramatúrgico al que dota de su propia impronta pero sin perder la esencia del original.