Paloma y Jacinto son dos ancianos, viejos artistas de circo que ven como el afuera hostil, impiadoso con la gente mayor, se acerca como un “monstruo grande que pisa fuerte”. La soledad de ambos, que intercala ese amor de quienes han pasado las mil y una y el hartazgo de quienes están cansados de todo, es extensible a la idea de cierta incapacidad que se les endilga a los ancianos, olvidándolos en un lugar lejano y remoto, con un “gracias por los servicios prestados”.
En este marco de austeridad de recursos, con una iluminación acorde, se desarrolla una puesta que atrapará a través de las palabras y las sensaciones que se esbozaran. Una dupla de quijotes que tiemblan frente a un destino irreversible al que torean con la impunidad de los que se saben que cuentan con un corazón puro –a pesar de algún desliz con algún compañero/a del circo-.
El humor que propone la puesta es reivindicativo de sus costumbres de antaño y pone una luz sobre el patetismo de la situación a la que han llegado los protagonistas. La lucha por querer reverdecer los laureles de tiempos remotos y la necesidad de apelar a la ayuda de su hijo que vive en el exterior son momentos de mucha emotividad y ternura. Es conmovedora la forma en que se desarrolla el proceso de grabación de un cassette de los padres para enviárselo al hijo que vive en Europa. La belleza del texto junto con las excelentes actuaciones de Daniel Figueiredo y Elena Petraglia son el corolario de una puesta disfrutable de principio a fin.