-¿Cómo surge la posibilidad de abrir «El Crisol»?
-El Crisol se inicia en el 2003. Por aquellos años yo no formaba parte de él. Era un colectivo de artistas de entre 19 y 25 años que tuvieron la necesidad de un espacio propio para poder dar sus cursos, talleres y desarrollar sus intereses artísticos. Así comenzó todo. Entonces, en el primer espacio, por Almagro, esos jóvenes presentaban sus espectáculos y daban lugar a esas camadas de artistas jóvenes y jovencísimos, algunos recién egresados de la EMAD o la que aun era Escuela Nacional. Pibes que no tenían muchas chances de presentar sus trabajos. El espacio ha girado por distintos barrios de la Ciudad y ahora estamos en Villa Crespo, después de cinco años y medio en Villa Ortúzar. Siempre quisimos mantener ese perfil de dar espacio, tanto a artistas con “trayectoria” como a jóvenes elencos que están empezando su camino. Seguimos un criterio para programarlos que tiene que ver con una búsqueda artística y un trabajo de calidad, que lo hay y mucho.
– Más que teatro, es centro cultural, por la multiplicidad de actividades que hay, ¿no?
-Absolutamente. Es un Espacio Cultural donde el eje de la programación está puesto en el teatro, pero donde también se programa danza y música. Periódicamente, organizamos eventos sobre distintos ejes temáticos. Por ejemplo, hemos organizado, con el apoyo de la Embajada de España, “Palabra Viva” cuyo eje era la Poesía en Escena, Juglaría y Narración Oral y participaron Luis Felipe Alegre, creador de El Silbo Vulnerado, de Aragón; el granadino Javier Tárraga (ambos extraordinarios juglares), y los enormes Ana Padovani y Juan Marcial Moreno. Años después organizamos “Oriente Cercano” con artistas argentinos trabajando sobre técnicas de teatro japonés, en donde contamos, por ejemplo, con la presencia de Rhea Volij. Además de los cursos que dan distintos profesores.
-Estuvieron en varios barrios de Capital Federal ¿En qué medida crees que es importante la ubicación geográfica de un teatro?
-La ubicación es importante pero no es definitoria. El teatro independiente, respecto del público, es una militancia. Y si no se entiende de esta manera, -que el público no va solo al teatro por el mero hecho de disfrutarlo-, se va directamente al fracaso. Antes, la militancia se agotaba en la red de amigos y familiares, ahora se amplió mucho con las redes sociales. Entonces se tiene una gran capacidad de alcance y difusión a través de Facebook y Twitter y eso rinde sus frutos en el trabajo cotidiano para llegar cada vez a más gente. El “boca en boca” también se multiplica y eso es fundamental. Nosotros estuvimos cinco años y medio a dos cuadras de la Estación Los Incas del subte B y el público acompañó a cada una de las obras que estuvieron ahí. Cuando los integrantes de un espectáculo confían en él y se apasionan por su Proyecto, lo militan, trabajan en su difusión. Allá, por ejemplo, hicimos más de 30 funciones de “Yo Soy Fijman”, con cerca de mil espectadores, que es casi un milagro del teatro independiente, lo hagas donde lo hagas. También creo que, más allá de donde esté la sala, hay elementos de las obras que colaboran en su difusión y a que se la nombre cada vez más. En el caso de “Yo Soy Fijman”, el hecho de trabajar sobre la obra de Jacobo Fijman –un poeta maldito conocido por cierto círculo amante de la poesía- y la presencia inconmensurable de Vicente Zito Lema en cada función, daba un atractivo extra. Estaba bien la dramaturgia que armamos junto a Alan Robinson, excelente la Dirección de Marcela Fraiman, el trabajo sonoro de Federico Mercado y el trabajo de Carina Resnisky; pero todo esto estaba apuntalado y apoyado en la gran obra de Fijman y en la insoslayable presencia escénica de Zito Lema, un extraordinario poeta y Performer. ¡Y esos mil espectadores fueron a una sala independiente en Villa Ortúzar! Ahora que estamos en Villa Crespo, en Scalabrini Ortiz 657, para más datos, también empezamos a percibir ciertas diferencias. Afortunadamente, la sala sigue llenándose en cada función, pero lo notamos más en la cantidad de profesores que piden el espacio para dar sus clases y los proyectos que nos llegan todos los días para estrenar en nuestra sala. Los proyectos son 10 veces más de los que nos llegaban el año pasado, pero seguimos teniendo una sola Sala y no podemos darle lugar en la programación ni a la mitad de esos proyectos; algunos excelentes, muchos muy buenos y otros que habría que verlos personalmente para decidir. En estas circunstancias, seguro quedarán fuera de nuestra programación, incluso varios proyectos excelentes. La verdad es que, por lo bajo, puteamos un poco por no poder programarlos.
-Contame como es esta vuelta de «Ricardo III, crónica del jabalí»
-Inevitable. Parece un chiste pero es real. Si un regreso no es inevitable no es necesario volver. Desde que hicimos la última función, el año pasado, necesitamos volver a hacerla y nos organizamos todos para tener libres los sábados para “Ricardo III Crónica del Jabalí”. La necesidad de volver tiene que ver, en primer lugar, con el deseo de todos de volver a hacerla; sin ese deseo no se puede hacer. En segundo lugar, porque estamos convencidos que es una obra –sobre todo en la versión de Alfredo Megna- que es absolutamente actual. Por algo es un clásico o, mejor dicho, por eso es un clásico; porque siempre se está actualizando, siempre está vinculado al presente. El día que eso deje de suceder dejará de ser un clásico y pasará a ser una obra vieja.
El equipo de trabajo sigue siendo el mismo: Marcela Fraiman, Leonardo Odierna, Fernando Migueles y yo en las actuaciones, Alfredo Megna en la versión y Dirección, Jorgelina Herrero Pons en el diseño espacial (fundamental para esta puesta), Maia Masciovecchio en la Asistencia y Diego Martín en la Técnica. Esto nos dio una gran seguridad a la hora de volver a los ensayos. Fue casi como encontrarnos dos días después de la última función.
-¿Cómo fue ponerse en la piel de Ricardo III?
-Es un personaje soñado por cualquier actor… creo. Mi preocupación principal era no caer en el clisè del deforme, no tenía ganas de trabajarlo desde ese lugar, aunque así fuera el personaje histórico. Lo primero que le dije a Megna fue que no quería hacerlo deforme. Este tipo es tan monstruoso que su fealdad física es innecesaria. Alfredo estuvo totalmente de acuerdo con esto, lo que fue un gran alivio para mi. Después se trata de entender los motivos, los objetivos y las circunstancias en las que se mueve Ricardo en la obra. Más que ponerse en la piel del personaje, se trata de prestarle nuestra piel y nuestro mundo para hacer el mejor Ricardo III que podamos hacer. No sé si eso me preocupaba especialmente. Es la ocupación de todo actor apelar a las herramientas que tiene para hacer de su mundo el mundo del personaje que deba hacer.
– Un gran acierto de la obra es su puesta muy minimalista, ¿cómo surgió esto?
-Esa fue una decisión de Alfredo Megna que, claramente, está relacionada con nuestras anteriores puestas. Por supuesto, respecto de “Macbeth Crónica de los siameses”, que también versionó y dirigió él y en la que armábamos una suerte de pasarela en cruz sobre la que actuábamos con Marcela y a la que se sentaba el público como si estuviera en un banquete. Pero también relacionado con la búsqueda de “Yo Soy Fijman”, nuestro espectáculo anterior, donde el público se sentaba en distintas mesas pequeñas a tomar un vino, mientras la obra transcurría a su alrededor… La idea de Alfredo- que comparto plenamente- fue oponer el minimalismo a la monumentalidad de la obra y de la estética dominante en nuestro país en relación con los clásicos.
– Está íntimamente relacionado con lo que te contaba antes. En el mismo sentido surgió el concepto de los distintos planos de la escenografía así como las dimensiones de luz, en las que se privilegió los colores cálidos y apagados.
-También volves con «Hechizados».
-¡¡Otro placer total! No quiero abundar en adjetivos pero es un orgullo y una felicidad total hacer esta obra, desde el texto y la dirección de Hector Levi-Daniel, el elenco con Pablo Razuk, Enrique Papatino, Silvia Villazur, Melisa Freund y César André, sin olvidar ninguno de los que trabajaron en cada área: Teresa Duggan, Alejandro Mateo, Ricardo Sica, Sergio Vainikoff y Marisol Cambre. Es otra versión de un clásico (“Lástima que era una puta”, de John Ford), un melodrama, casi una telenovela, que corre inevitablemente hacia su fin trágico. Personalmente, creo que es uno de los grandes textos del 2013 y de los grandes espectáculos del año pasado. No es casual que Maia Francia y Silvia Villazur estén nominadas como actrices a los Trinidad Guevara junto a Sergio Vainikoff por su música, y Enrique Papatino al Florencio Sanchez por su Cipriano. Es un extraordinario equipo creativo y estoy convencido que eso se nota en escena,, junto con la gran relación que tenemos entre todos…Y, además, como yapa, vamos al Crisol.
–¿Cómo es abordar un personaje en un reestreno? ¿Se le cambian cosas? ¿Se lo aborda por otro lado?
-En el caso de Ricardo III, no hay grandes cambios. Como somos los mismos actores, todo está muy aceitado y hacemos todos lo mismo, aunque siempre se van encontrando detalles, pequeñas acciones nuevas que aparecen y algunas que van transformándose en el camino.
En “Los Hechizados” Melisa Freund reemplazará a Maia Francia, por lo que seguramente, habrá algunos cambios. Melisa es una actriz maravillosa pero diferente a Maia. En ese sentido, Ada tendrá distinta impronta por eso que decía antes. Es Ada en la piel de Melisa Freund y no al revés. Son pequeñas cosas que cambiarán y que, sin dudas, refrescarán el espectáculo y lo enriquecerán.
– Con Ricardo III y con Toranzo, tu personaje en “Hechizados”, estas abordando a dos “malos”…
– Y antes fui Macbeth.. Vengo de malo en hijo de puta. El próximo debería ser Hitler. Son los primeros “malos” que me ha tocado hacer y veo que le estoy tomando el gusto… Me gusta esa definición de personajes “malos”; me gustan esos personajes. Todo super-héroe tiene su “malo” importante. Pero como actores no podemos pensarlos desde ese lado, casi moral. Todos somos malos, sólo falta que se den las condiciones para que eso aflore. En el caso de estos personajes, a Ricardo como Toranzo los une el efecto que el Poder produce sobre ellos. En Ricardo III es su ambición de alcanzarlo y, luego de tenerlo, su enfermizo esfuerzo por mantenerlo. Esa obsesión de perpetuarse en el Poder lo lleva a cometer los más atroces actos. En cambio, Toranzo es el rico y poderoso, que tiene el convencimiento de que esa riqueza y ese poder no lo privarán de nada porque nadie puede resistirse a eso. Toranzo estaría de acuerdo con Yabrán cuando dijo que “tener poder es ser impune”. Es esa sensación de impunidad la que lo impulsa a hacer cualquier cosa con tal de concretar su deseo.
– ¿Proyectos futuros?
– Avanzar con todo lo referente a El Crisol. Artísticamente, enfocado en las temporadas de Ricardo III y Los Hechizados… Son dos espectáculos que tienen mucho recorrido por hacer y estamos trabajando todos para que sea así.
-Si Martín Ortiz no se relacionaba con el teatro, ¿qué hubiera sido de su vida?
– Poeta, escritor… Pero hubiese querido ser músico. Los músicos tienen un vínculo tan directo con sus espectadores que me produce una total envidia.
– ¿Vas a seguir abocado a la actuación o tenes pensado volver a la dirección? ¿La docencia?
– Soy titular de la Cátedra de Actuación III en la Universidad del Salvador y ahí sigo porque la docencia es algo que me apasiona y, a la vez me enriquece. En cuanto nos ordenemos en El Crisol, luego de la mudanza, procuraremos organizar nuestra Escuela.
En Julio quiero empezar a dirigir con mi grupo una obra mía que escribí hace varios años y se fue demorando en su puesta. Pero lo haré con tranquilidad, sin apuro por estrenar, y con ganas de experimentar junto a los actores en los ensayos…
– En el teatro ¿no hay mucho intelectual que piensa más de lo que hace?
Hay intelectuales a los que su conocimiento y su formación les juega en contra a la hora de la praxis teatral y sólo pueden ofrecer bodrios destinados a amigotes de su mundillo. También hay intelectuales con una sólida formación que les sirve como fundamento y base casi inconsciente de su producción artística. Estos tipos hacen un teatro artístico al que puede acceder cualquier espectador. Quiero decir, que cualquier espectador, no importa su formación, puede entender. Después, que le guste o no, es otra cuestión.
-Si por la puerta del Crisol, entrase el Martín Ortíz que recién empezaba con el teatro, ¿qué le dirías? ¿Algún consejo? ¿Alguna recomendación?
-No me arrepiento de nada de lo que he hecho artísticamente. Quizá me arrepienta de no haber hecho muchas cosas. Pero lo que hice me ha enriquecido y a eso le debo quién soy ahora. Igual no cometería esa estupidez habitual de volver a vivir la vida de la misma manera; y si entro de nuevo por esa puerta será que me dieron otra chance.