Marzo es un mes en el que, como decía Nico Repetto en “Fax”, “pasan cosas”. Como soy un iluso (al pedo –perdón por la expresión- y encima cascarrabias –peor aún porque sé que me ilusiono en vano-), siempre tuve la esperanza que nuestro pueblo despierte del letargo del que vive desde hace años y recuerde con reflexión y búsqueda de justicia lo ocurrido el 24 de marzo de 1976, con el Golpe de Estado. Nunca ocurrió esa movilización generalizada y abarcativa de las diversas particularidades de los habitantes de este país para defender la democracia y repudiar el Golpe.
La definición de “Terrorismo de Estado” dice lo siguiente: “Utilización por parte de un Gobierno, de métodos ilegítimos orientados a inducir el miedo dentro de una población civil determinada para alcanzar sus objetivos sociales, políticos o militares, o fomentar comportamientos que no se producirían. Dichas actuaciones se suelen justificar por la «Razón de Estado».
Hace siete años, eran las 23.13 hs exactamente de un día como hoy y se escucharon ruidos. Recuerdo que me asomé a la calle y sonaban cacerolas. Ese 24 de marzo del 2008, (tal como hoy en día, en 2015) se volvía a cumplir un aniversario más del golpe de Estado que dio comienzo al Proceso de Reorganización Nacional. Pero las cacerolas sonaban como solidaridad con el campo y no para recordar a los 30.000 desaparecidos.
La misma clase media que “usó” en el 2001 a los piqueteros como apoyo a sus reclamos por el “corralito”, al grito de “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” y que después, volvió a putearlos como “vagos de mierda que me cortan la calle y no me dejan ir a laburar en paz” cuando pudo volver a tener –algo- de la plata que tenía en sus cuentas corrientes.
La misma que en su momento, golpeó las puertas de los cuarteles para que haya un poco de orden en este gran lío que se llama Argentina y que propagó el modelo de los militares criando hijos con axiomas como “no te metas”, “por algo será”, “algo habrán hecho” o “¿Yo? Argentino”.
Al día de hoy, no recuerdo ningún cacerolazo ni una presencia masiva para el 24 de marzo por las distintas marchas por los Derechos Humanos pero ¿No será que nuestra clase media votaría al mismísimo Stalin o Hitler con tal de que mantenga bien satisfechos sus “caprichos de clase”?
Tampoco puedo olvidar a los medios, (de los que soy parte), con su responsabilidad en estos temas. Porque así como son buenos para narcotizar a la opinión pública, son buenos para exaltar fantasmas. Y que mejor que una población con exceso de “Gran Hermano”, “Mirthas”, “Marcelos” y “Susanas” para comprar todas las ideas que se venden. Más aún, cuando en nombre del “derecho a la libre expresión”, se puede decir cualquier cosa sin ningún sustento.
Ni hablar de quienes sostienen que, en nombre de la tan mentada «pacificación», piden no hablar de «estas cosas» asi como hacer «borrón y cuenta nueva» apoyándose en plataformas políticas que gozaran del apoyo de quienes tiene complejo de «conciencia limpia», por acción u omisión.
Estamos en un proceso democrático que costó mucho conseguir pero también esa democracia debe estar basada en la concordancia, el respeto y en la unión de todas las personas que conforman la población del país. Cualquiera sea su ideología política. En esto, estamos todos, guste a quien guste y pese a quien pese ya que todos vivimos en este país y sería genial, dejar de lado el egoísmo personal para apuntar al crecimiento general.