Un pingüino gladiador

No lo puedo creer. La noticia fue un mazazo absoluto y me afectó pero también hago la distinción: no lo voté. Nunca fui peronista ni lo seré pero él me llegó como ningún otro. ¿Y por qué digo que “no lo voté”? Porque no le tenía fe. Recuerdo el día de la elección en que quedaba segundo de CSM en las elecciones de abril del 2003. Estaba en España y justo mi vuelo de vuelta, me depositaba en Buenos Aires, a los quince días de dicho comicio. Ese vuelo fue horrible…¿volver al país para ser gobernado por CSM?
No, no le tenía fé pero ¿qué fue lo que cambió en mí para escribir sobre él?  Porque hizo cosas que no pensaba. En su momento, puso a una persona sencilla, un militante de la JP, con montones de errores protocolares en un sillón cuyas asentaderas más famosas de los últimos catorce años habían sido las de un orate y un corrupto que tendría que estar preso por traición a la Patria más que en el Senado de la Nación. Me acuerdo cuando sacaron el cuadro de los militares, la implementación de una política de derechos humanos en pos de la “herencia” de la Dictadura o más cercano en el tiempo, con la Ley de Medios, la Ley de Matrimonio Igualitario, la estatización de Aerolíneas Argentinas o de las AFJP, la ley de asignación por hijo, etc.
Pero voy a destacar un punto que tiene que ver más con el componente “social” de los argentinos: nos volvió a dar el placer de hablar de política. Y ese es un placer que mete miedo. ¿Hay miedo de hablar, de discutir? Si, porque hay gente que tiene que dar cuenta de lo que hizo (o de lo que no hizo). Al respecto, el gran Bertolt Brecht ya los había definido “El que no sabe es un ignorante; el que sabe y no hace nada es un criminal”.
Desde esta columna siempre hemos preguntado ¿Cuál es el problema de discutir de política? ¿Cuál es el miedo de debatir? ¿Por qué no hay que recordar lo ocurrido? Veo y escucho a quienes hablan de “olvidar”, “de no remover el pasado”, me da asco ya que, generalmente, son personas que tuvieron mucho que ver con lo que fue el Proceso más sangriento de la historia del país o directamente, miraron para otro lado. “Yo? Argentino”. Lo peor es que muchos son los que festejan su muerte. Si festejasen un cumpleaños el 20 de abril o el 25 de noviembre, ok, no coincido en lo más mínimo pero son tienen una ideología- abominable pero ideología al fín- pero son los que hoy se alegran, pero mañana protestan. O sea, nada de ideología política salvo la veleta de los guía, llamese educación, conciencia de clase o de pertenencia, etc.
Al respecto, pregunto “¿Es posible olvidar el Holocausto?”. La respuesta obvia es NO. ¿Alguien le pediría a los armenios que se olviden del genocidio que sufrieron? ¿O el de los pueblos originarios, o en vastas zonas de África o Asia? ¿Hiroshima? Entonces, ¿cómo voy a olvidar a los desaparecidos, la complicidad de los multimedios con la dictadura, de la venta del país en los años 90, de los empresarios corruptos y buitres del Estado?
¿Se van a enojar Mirtha Legrand, la Iglesia Católica –como institución-, la Sociedad Rural Argentina, el Grupo Clarin, Susana Gimenez, Mauricio Macri, Cecilia Pando y la banda de militares genocidas, Francisco de Narváez, Patricia Bullrich, Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Susana Gimenez, Julio Cobos, Marcelo Tinelli, Eduardo Feinman, Baby Etchecopar, Gerardo Sofovich, Chiche Gelblung o González Oro? Y si se enojan, ¿cual es el problema?
Y les digo a los lectores ¿vieron los nombres a los que acabo de hacer mención? Les pregunto de nuevo ¿vieron los nombres que acabo de mencionar? Porque si hay que ver quien estaba de “este otro lado” –aunque sea con críticas- y vemos a Osvaldo Bayer, Estela de Carlotto, León Gieco, Rubén Dri, Adolfo Perez Esquivel, Nora Cortiñas, Liliana Herrero, Susana Rinaldi, Fito Paez, Juan Gelman, Daniel Goldman, José Pablo Feinman, Norberto Galasso, Diego Capusotto, Teresa Parodi, Victor Heredia, Ricardo Forster, Horacio Verbitsky, Hebe de Bonafini, León Rozitchner, Ricardo Fogwill, Lorenzo Quinteros o la mismísima Mercedes Sosa, creo que no hay comparación de ningún tipo, ¿no?
Porque desde el 2003 hubo un cambio de aire. Ya desde la forma en que agarró el bastón presidencial, de manera desprejuiciada y después se lastimó por acercarse “demasiado” a la gente que lo saludaba. Fue un político “militante”, de los que no tenía que leer un papel para dar un discurso. Después, con la manera de encarar sus actos y de ponerse a la cabeza de un cambio que implicaba modificar la “mentalidad bien pensante” argentina. Porque hay que debatir y discutir todo. La democracia no es solo en el papel sino que también tiene que haber una democracia en lo económico y no concentrada en unas pocas empresas –que todos sabemos cuales son-, sin la injerencia de embajadas golpistas de potencias que quieren dar lecciones de democracia, cuando hacen la guerra en nombre de la paz.  Y si hay algún interés en un mayor reparto, los de adentro apelan al latiguillo de “libertad de empresa –digo, de prensa-”, “se viene el zurdaje” o “esa cosa de los 70”. Se enfrentó al empresariado y volvió a sacar del olvido los juicios a los represores. Recibió tanto a las Abuelas y a las Madres como a las minorías sexuales. Anuló los indultos y le sacó la careta a aquellos que decían “respetar a los desaparecidos” solo porque quedaba bien hacerlo y no por convicción. Acaso todos estos “críticos”, que repiten como loros la “teoría de los dos demonios” ¿pueden dar una definición de “terrorismo de Estado”? Cuando la den, la discusión se acabará y el debate será sobre la forma de hacer justicia.

Era un peleador y a mí me gustan los peleadores, los que no se esconden porque era autentico en detrimento de quienes dicen ser “pacifistas” o “pacificadores” para ocultar su cobardía. No está mal pelear ni decir lo que uno piensa cuando uno quiere cambiar las cosas y ve que la peor “contra” es aquella que está enquistada bajo el marco de “las buenas costumbres”, “la buena educación”. ¿Acaso está mal poner en evidencia estas situaciones? Es mejor seguir ocultando todo bajo la alfombra. ¿Por qué hay que seguir como corderos a la zanahoria? Terco, irreverente, cabeza dura y peleador. Un lindo coctel, ¿no? Le hacía falta un poco de pimienta a la tan pacata política –y sociedad- argentina, tan teñida de sangre e hipocresía desde hace cuatro décadas como mínimo. Justamente, un “intento” de rival como Ricardo Alfonsín –su padre fue un político en serio, por convicción y no por portación de bigote- lo definió con una frase: “Kirchner tenía que elegir entre su salud y su militancia; eligió seguir militando”.

Todas estas líneas no podrían haber sido escritas –pero si pensadas….porque siempre se pensó esto-, sino hubiese un clima acorde para discutir, hablar y debatir en el marco democrático. Él fue el encargado de volver a poner de moda algo tan simple, que se había perdido frente a la maquinaria menemista neoliberal, (que impuso el modelo “ganador” –del cueste lo que cueste-, que tan bien representa en futbol, Carlos Bilardo): el hablar de política.
Toda la gente que lo despidió en la Plaza de Mayo y en todo el país es el índice de un sentimiento que ninguna campaña multimediática podrá tapar. Sin olvidar que hoy en día hay una gran cantidad de chicos jóvenes que salieron a la calle a bancar un modelo. Esto lo destaco porque en los 90, cuando la universidad pública fue la única que pudo contra la ola privatizadora y estábamos en la calle, desde esos años que los chicos de la época no salían a la calle para manifestarse. Ahora lo hicieron los de la secundaria y también las nuevas formas de militancia política (si, política…a ver si vamos perdiéndole el miedo a esta palabra tan demonizada) a través de las minorías étnicas o de elección sexual.
Hoy es un día triste. Cuesta escribir porque se me empañan los lentes –al igual que cuando murió Raúl Alfonsín- que uso para que no me haga mal el brillo del monitor. No lo voté nunca pero valoro lo que hizo. Cuesta creer que ya no esté en esta tierra. No te voté pero igual, ¡gracias!

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