Con su libro “Las letras de rock en Argentina” escrito junto a Oscar Blanco, el periodista y docente Emiliano Scaricaciottoli da cuenta de ideas tan contundentes como polémicas sobre el devenir del rock argentino entre 1983-2001. Su análisis sobre el papel de la Dictadura y su relación con los músicos, los cambios de paradigma a través del tiempo, la influencia del público y el “rock chabón” son algunos de los temas que toca un libro de alto rigor académico como investigativo que, además, cuenta con catedra propia en la Universidad de Filosofía y Letras de la UBA.
– Surge de la comunión de escrituras que hicimos con Oscar. Nos conocimos en el marco universitario, como contamos en el prólogo del libro. Fue mi profesor en dos materias. Luego me llevó a laburar con él en Teoría Literaria III y de ahí nace la propuesta de una escritura. Digo ‘escritura’ en el sentido amplio, más allá de una publicación. Fueron casi cinco años (o más, ya no sé) de cranearlo, armarlo, desarmarlo, ordenarlo, hasta que nos pusimos un “stop” y buscamos editorial. Creo que el factor más motivante para que “Las letras de rock…” exista fue cómo muchos supuestos especialistas (desde ese falso sociodismo, término que acuñamos para que no nos asocien con esa muchachada que lucra desde el sofá con el pogo ajeno) dejaban baches terribles en sus publicaciones testimoniales, sus recorridas de Wikipedia y sus historias berretas sobre una frase nominal mentirosa como la de «rock nacional».
– ¿Por qué hicieron el recorte temporal entre 1983-2001?
– Porque ahí es, como te decía, cuando explota el “rock nacional”. Es cuando el rock se convierte en un archipiélago de manifestaciones, poéticas, micro-poéticas y géneros en disputa. En cuanto al 2001, no pudimos soslayar la crisis del sistema democrático burgués que estalló el 19 y 20 de diciembre y cuales eran los coletazos recibía el rock o cómo el rock leía e intervenía en ese momento del país.
– Los dos momentos cruciales que toman son el Festival de la Solidaridad y BA Rock 82. ¿Por qué?
– El Festival fue una maniobra de la dictadura con músicos colaboracionistas, como León Gieco, un reptil hábil, muy hábil y mucho más aun si uno repasa sus agenciamientos políticos en los últimos 30 años. La maniobra constó de dos movimientos: regular la escena local, bajo un camuflaje de apertura e integración, por un lado y cooptar a un sector juvenil que estaba minando, política y culturalmente, los engranajes de la dictadura. En el BA Rock 82, ya no es Malvinas la excusa, sino una intentona entre privados y la gestión pública del defacto (como dice Iorio) para hacer un gran negocio. También les salió como el culo porque el rock siguió quebrándose. Federico Moura y Ricardo Iorio fueron ejemplos de ello.
– ¿Crees que tanto la vertiente más pesada de Riff/V8/Violadores como las más pop de Virus/Abuelos/Soda fueron las encargadas de «refundar el rock argentino»?
-Digamos que dan un salto cualitativo. Es el cambio de era, de coyuntura. El sampler y las tachas. Encima, las dos al mismo tiempo. Nosotros vemos una escena local, que ya se había instalado en el ’79, sobre todo con Riff y «Ruedas de Metal». En cuanto a la figura de Moura, es sin duda el arlequín maldito que necesitaba el closet de la democracia. Personalmente creo que el círculo se cierra con Luca Prodan y así el rock se pudre sanamente.
– ¿La década del 80 tuvo mayor aporte que los 90? Te pregunto porque a los 80 se los recuerda siempre mientras que los 90 son mirados más “de costado”.
– Es que existe ese maldito sociodismo que inventó un mito de origen. Yo descreo de esa máxima ideológica. Creo que la alternatividad y la autogestión tuvieron su epicentro en los 90. Aun dentro del mainstream. Una banda como Babasónicos pudo retratar tres momentos concretos: el «Dopádromo» o «El Shopping» menemista, la banalidad bruta y el fracaso de la Alianza con Jessico (2001) pero, al mismo tiempo, la confusión que venía a instalar el kirchnerismo. Por otro lado, los 90 dejaron las poéticas y los andamios sobre los cuales hoy podemos pensar el rock argentino (si es que existe).
– ¿Cual crees que es el aporte del denominado «rock chabón» -si es que hubo aporte alguno?
-No, el rock chabón, stone o barrial es una construcción imaginaria si nos guiamos por los aportes miserables de Semán y Vila. Es decir, no se caracteriza una poética por un pañuelo y una bengala. Esquinas ya había en Hermética, 2 Minutos, o Los Caballeros de la Quema. Después, lógicamente, como toda mitología, se acentúa por su público. Pero a nosotros la recepción no nos interesa, no al menos en este trabajo. Los sociólogos y el periodismo trabajaron la recepción y así les fue. Son una máquina de taxonomizar, encorcetar y quemar bandas y escrituras que no se piensan a sí mismas jamás como stone, chabón o barrial. A mi «rock chabón» solo me remite a Tinelli, a esa presentación del programa de Tinelli-en su pose Jagger- con la cortina de Juanse.
– ¿El público se tomó muy en serio eso de «somos iguales a los que están arriba del escenario» en los 90?
-Bueno, por eso nosotros sostenemos que con el único que aun no se jode es con Iorio. Andá a ver al Indio y decime dónde está el espectáculo. ¿Arriba o abajo? Sin embargo creo que tu pregunta apunta a la movida alternativa. Siempre alguien salió del garage; había pasado, recuerdo, a fines de los 80 con Todos Tus Muertos. Hay músicos que sostienen esa filosofía, como Nekro o Ciro Pertusi y otros que han ingresado al mainstream con banderas edulcoradas.
– ¿Por qué destacas tanto la figura de Ricardo Iorio?
-Porque es el único autor (ya que se habla, en mi disciplina, tanto de la muerte del autor) que no ha muerto ni ha resignado su poética por unos cuántos pesos. Hace un viaje siempre más lejos. Vos te acercás y el tipo toma la distancia suficiente como para radiografiar mejor que cualquier naturalista del siglo XIX a la sociedad mezquina y pobre en la cual nos encontramos. Es el único que le ha robado las banderas a la burguesía, dándole voz, en sus letras, a los más renegados.
-Son, insisto, máximas ideológicas. Funcionan en el plano de la prensa, de la doxa, de cierto público que aun escucha la radio. Pienso en mi generación y, la verdad, nosotros también hemos creado un poco ese cambalache. Creo que no se terminó de jerarquizar a aquellos músicos que nacieron y se criaron en los 90 por el mito del padre. Nicolás Rosa reformulaba a Lacan pero con Borges: hay que matar a papá. Morrison planteaba lo mismo y lo consideraban un monstruo. Nadie va a detener la grandeza de esos tres bestiales músicos por permitirse nuevos referentes. La pregunta es si los hay.
– Tenes un seminario sobre heavy metal en la Facultad de Filosofía y Letras…
-Sí, lo dirigimos con Oscar Blanco y tenemos un grupo de investigadores que es un lujo. Nació antes de que se publicara el libro y la idea fue, en un comienzo, arrojarle al estudiante de Letras nuestras tesis, nuestras lecturas y ver qué pasaba del otro lado. Y nos sorprendió gratamente la devolución de los estudiantes. Se largaron a escribir sobre plataformas que en la facultad están bastardeadas. El año pasado laburamos con el ensayo y este año le toca a la crónica. Lo damos siempre en el segundo cuatrimestre.
– ¿Qué planteos y preguntas tienen los alumnos?
-Los alumnos me preguntan, en general, un carajo. Pero como el seminario abrió las aguas y permitió generar un espacio de escritura y participación, con un objeto novedoso para la pacata Facultad de Filosofía y Letras, las fichas se movieron. Las producciones que entregaron, los ensayos finales, fueron maravillosos. Esto demuestra que la facultad atrofia la imaginación, nos obliga a reproducir esquemas ridículos de relevamiento bibliográfico, entre otros berrinches. A nosotros no nos importa la legitimidad, menos aun de cierta casta de profesores que tiene prácticas aberrantes, como docentes y como investigadores. Lo único que nos importa es que los alumnos se apropien del espacio y haya seminarios, congresos, jornadas y libros que perforen el objeto “rock” en todas las universidades de nuestro país.
– Al día de hoy,¿el rock (y más precisamente el heavy metal) perdieron la lucha con la cumbia?
-La cumbia se «rockizó», si me permitís el término. Mirá, estoy estudiando para el nuevo libro a las Kumbia Queers. Y el rock le debe mucho a estas nuevas poéticas, que para mí son mayúsculas: me refiero a la «cumbia-punk». Habitualmente estas bandas recorren los escenarios y circuitos del rock afanándose la matriz discursiva de la cumbia villera, la bachata y demás ritmos latinos. Pero no es nada novedoso tampoco. De los Kuryaki, Actitud María Marta y Karamelo Santo para acá vas a ver formatos híbridos, rizomáticos los cuales celebro. Te diría que las Kumbia Queers son lo más interesante del rock argentino en la actualidad y las más corrosivas. Irritan a propios y extraños, a los punkies de la primera época y a los bailanteros cachivache que en sus letras reivindican la vejación a mujeres y todo tipo de femicidios.
– Después de Cromañon, ¿hubo algún tipo de reflexión por parte tanto de los músicos como del público?
-Los músicos se partieron, lo cual celebro. Gremialmente hubo muchos cambios, como por ejemplo la avanzada de la UMI para sacar la Ley de la Música; o el propio MUR, con un discurso más combativo. El problema sigue siendo las referencias. Se cayeron o se van cayendo las representaciones y los diafragmas que contenían el oxígeno de tantas bocas en un mismo pogo. Yo me pregunto, luego de aquel Almafuerte en All Boys, ¿qué hubiera pasado sin Iorio? Masacre. Masacre en el puti-club. Por eso sostuve y sostengo, y sé que es polémico, pero me la banco: no hay un «más allá» de la connivencia delincuencial entre el ibarrismo y Chabán y los 194 muertos. Lo más grave es que el hijo de puta de Ibarra se siga presentando en las elecciones capitalinas y bajo las banderas del gobierno nacional. Más que Cromañón, hay que empezar a discutir qué nueva fractura se ha generado con el kirchnerismo entre los músicos. Ahí está la clave. Y en eso estamos ahora como grupo de investigación.
“Las letras de rock en Argentina”. Editorial Colihue.
Seminario “Evitando el ablande”. Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Sábados, 13 hs.