Buchones

Cuando era chico, a través de la sociabilización que te brinda el relacionarte con otros pares en el barrio y en la escuela, se establecían ciertos “códigos” que trascendían el hecho que uno se lleve mejor con unos que con otros. La buchonería tenía el castigo social que se le brindaba al garca de turno que abrió la boca frente a una travesura realizada por un tercero. Por más valoración frente a la maestra que obtuviese, el/la buchón/a en cuestión no era extensible al resto de sus “iguales”, ya sean alumnos, compañeros de clase, de equipo o lo que sea. Si bien en esa época de antaño, en que uno era niño, ese tipo de “lealtades” se limitaban a una mala nota, amonestaciones o un buen coscorrón por parte de tu propio grupo, se empezaba a ver que estaba bien decir y que no, el momento y la ocasión para abrir la boca pero, por sobre todo, la lealtad al respecto. Si “agarran a uno, agarran a todos”. El buchón era “condenado” como un delator, persona digna de poca confianza. No obstante, el señalado era consciente de su propia acción. Ojo, no confundir “buchón” con “traga” o con “nerd”.
Después de los 90 menemistas, el egoísmo se convirtió en moneda común. Yo, yo y yo y el otro, que se cague. Los valores de la solidaridad y la unión quedaron fuera.

Al decir Fito Paez que con el 0-800 para denunciar «actividad política» en escuelas de la ciudad de Buenos Aires los dirigentes del PRO hubieran sido «buchones» y «entregado gente» durante la última dictadura, pone el dedo en la llaga de una cuestión muy interna de cada uno. El valor, la lealtad, la traición y el respeto a la idea del otro.
Hoy, cuando se dice que uno es buchón, la reacción inmediata es la ofensa y no argumentar el porqué uno no puede ser considerado buchón. Molesta más el que te desenmascaren que la acción por la cual uno es desenmascarado. El definirse implica ponerse en un lugar. Decir donde estas parado le cuesta a mucha gente porque una definición implica una toma de posición. Es esa cuestión tan latente que se reprime porque esta mal decirla aunque se tenga muy arraiga. Nadie dice abiertamente –salvo excepciones- “soy antisemita” pero no lo dice no porque no lo sea sino porque está mal visto socialmente. De esta misma forma, esta mal visto ser buchón (y admitirse como tal). El problema surge cuando es apreciable el alto nivel de buchonería que hay. Hay que fijarse en los trabajos donde no te podes juntar con tus compañeros para pedir una mejora salarial porque siempre está el peligro de que alguno te delate y te eche. Entonces ¿no se hace nada por miedo a los “buchones”? Esa buchonería, tiene su correlato en una frase muy arraigada que es la pregunta retórica “Yo? Argentino!” y ahí se acabó la joda. No debato una idea, me abro de gambas con todos, cago a medio mundo, mantengo mi quintita y que siga el baile, ¿no? Todo aquél que trabajó/trabaja en relación de dependencia sabe a lo que hago referencia.
Al fin y al cabo, ¿no es eso una panacea de un argentino medio promedio? Ese es el prototipo de “hombre común” que tanto denostaba Fernando Peña. Garca, acomodaticio, y defensor de un statu quo que nunca pondrá en discusión –aunque lo perjudique- pero no sea cuestión que me saque de lo que ya conozco. Lo que sucede, conviene, ¿no?
No me voy a poner a defender a la Cámpora pero poniéndome en “abogado del diablo”, pregunto: ¿puedo llamar al 0-800 y denunciar que mi generación y un par más han tenido el cerebro lavado a las que se le enseñó que La Campaña del Desierto fue una epopeya, que el Descubrimiento de América nos trajo «la civilización», que los «indios eran los malos y los blancos los buenos… Digo, porque parece que siempre molesta que se pongan en duda ciertos «conocimientos».
Por otra parte, la buchonería es el señalar, apuntar con el dedo a aquél otro, con el que yo no me quiero juntar, que recuerda a ciertas teorías lombrosianas aplicadas en la Europa de los 30, con resultados no muy auspiciantes.

¿Qué pasa ahora que tenemos una sociedad buchona? Si, porque es egoísta, y al que no le gusta, que no joda. Si alguien señala esto, se pone en evidencia el nivel de egoísmo generalizado. Hoy veo que, con el verso de la “crispación” y la “confrontación”, vale lo mismo un burro que un gran profesor y todo se deja pasar porque “no hay que discutir” ni nada parecido. Claro, no hay que perturbar la tan mentada “tranquilidad” pero ¿a costa de qué precio?
Las voces que salieron a cruzar a Paez fueron muy graciosas en su argumentación. Van desde el “drogón”, “pseudo progre”, “pagado por los K”, hasta que “es un artista de cuarta”. O sea, respondieron con agresiones ¡y no con un razonamiento o una explicación! ¡Con las mismas agresiones que se “buchonearían” si vienen del otro lado! O sea, de un lado sería justificable y del otro no? Chicos, a ley pareja, nadie se queja pero la denuncia de la agresión implica una vuelta a la escuela primaria. “¡Seño, me dijeron buchón y no soy buchón!”. La búsqueda de la autoridad que me proteja contra esos otros agresivos y malvados. La adultez y seriedad argumentativa es pasmosa. Se llora y se pide porque sancionen al “desacatado”. Se señala al que oso decir eso que forma parte de nuestro ADN, pidiendo la sanción correspondiente. Frente a todo esto, al dedo acusador de todos aquellos «que no están a la altura del conflicto y que se hacen pis encima como chicos», levanto mi dedo mayor en un gesto que es una editorial en si. Tampoco puedo dejar de olvidar la frase de Miguel Abuelo, “No lloren, crezcan!”

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