Teatro. Lo mejor del 2023

En el consecuente balance anual de la actividad teatral del año, tenemos “de todo como en botica”, tal como suele decirse. Teatro comercial, oficial u off, con propuestas variadas aunque con un claro predominio de puestas “correctas”. O sea, aquellas que «están bien», se dejan ver pero que no sobresalen tanto como para que sean destacadas.

A continuación, seleccionamos varias puestas que realmente llamaron la atención, dentro de una producción que, de a poco, se encamina a los números previos a la pandemia en tanto estrenos.  

A poco de comenzar el 2023, en voz baja pero con cierta repercusión, se estrenó “Lo que queda de nosotros”, protagonizada por Carolina Ramirez y Alberto Ajaka, en el Tabaris. Tan austera como contundente en su planteo, todo gira alrededor de la relación de una joven con su perro. Esto, extensible al vínculo de los seres humanos con los animales domésticos, como perros y gatos. El amor que brindan y la manera en que forman parte de nuestra vida. De más está decir que el respeto a los derechos de los animales es el estandarte que se enarbola.

El Teatro Cervantes tuvo dos de las mejores puestas dentro de su programación. Tal fue el caso de “Los Nacimientos” (foto de abajo) y “Salvajada”. En el primer caso, la dupla creativa de Marco Canale y Javier Swedzky, convocó a un grupo de mujeres entre 70 y 80 años, que viven en la Villa 31 para protagonizar una obra de teatro. Este idea derivará hacia distintos deseos que incluyen la historia de la propia villa, las políticas para erradicarlas y sus anhelos y añoranzas personales. Canale y Swedzky tomaron los relatos de las mujeres con sensibilidad y respeto, llevándolos adelante con precisión. A través de las pequeñas memorias y las ansias de curar heridas se reconstruyen vidas propias y colectivas construyendo un relato excelente tanto para conmoverse como para debatir.

En el caso de “Salvajada” (foto que abre el artículo), es un texto de Horacio Quiroga retomado por Mauricio Kartún para crear una de las mejores puestas del año. Tiene de todo. Actuaciones de calidad, una dirección que permite que las acciones se desenvuelvan con naturalidad, una escenografía amplia y acorde a los planteos realizados así como la participación de los títeres que potencian el relato. La vida de Juan Darién y su inserción en una sociedad que se autopercibe como abierta y respetuosa y es todo lo contrario. El debate que abre en torno al bullying, las relaciones humanas, el trato a las minorías por parte de autoridades y la población en sí, permite un intercambio fuerte y enriquecedor. Una de las tantas aristas de una puesta emotiva y atrapante, sin golpes bajos.

En el Teatro San Martin, brilló “Los años”, la última creación de Mariano Pensotti. El paso del tiempo y el devenir de los hechos e ideas son temas que llaman la atención y convocan a la reflexión. Pensotti concibió una “caja” que se ubicaba en el medio del escenario, dividiéndose en cuatro partes. O sea, dos momentos diferentes de la vida de Manuel. A partir de esta situación, se viaja a través de los años, planteando un futuro en que los paradigmas tan en boga hoy en día, son vistos desde un lado crítico y cínico.

En el caso del Teatro del Pueblo, tuvo la característica de combinar una gran producción y su alta calidad. Tal fue el caso de “No me llames”, de Mariela Asensio, una construcción artística que cuestiona, inquieta y nos enfrenta a nuestras propias contradicciones. No hay nada en lo que uno pueda sentirse «lejano». Una pareja en plena discusión, se mezcla con un grupo de chicas que intenta resolver un duelo amoroso, un matrimonio separado y cuatro amigos intentan ponerse de acuerdo para concretar un encuentro presencial. Todos son recortes de la actualidad mediatizada por el chat, el zoom o el whatsapp. Es esa «comunicación sin emoción, una voz en off con expresión deforme», tal como diría el enorme Gustavo Adrián, que tomó por asalto los vínculos en este siglo XXI. Con mucho humor y recursos puramente teatrales exhibe la crudeza de una cotidianidad atravesada por las redes sociales.

Hubo dos autores que tuvieron su relectura, con calidad acorde a sus pergaminos. El primero fue Anton Chejov, con la atrapante “Gaviota”, de la dupla Juan Ignacio Fernández-Guillermo Cacace. Su tratamiento tiene la visión personal de quien realiza la dramaturgia como la dirección sin quitarle un ápice de su esencia original. Es más, la dotan de un carácter artesanal. Las actrices se ubican alrededor de una mesa de importantes dimensiones, con el público sentado a su alrededor, obteniendo una vista privilegiada de los hechos. Es ver la “previa” de la creación constituyéndose ella misma en tal, penetrando en cada espectador de diversas formas. Algunos estarán sentados casi en la punta de la silla mientras otros manifestarán lo ocurrido, con sonrisas y distintos mohínes, quizás, con los ojos cerrados. El poder de la palabra llevado a su punto máximo por un elenco de probadísima calidad.

El segundo fue Jean-Luc Lagarce y “Estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia”, de Darío Serantes. Un hijo vuelve a casa, tras un exilio forzoso y es recibido por cuatro mujeres: abuela, madre y dos hermanas. Lo planteado se abre a variadas interpretaciones, siendo todas ellas válidas de acuerdo a quien aprehenda lo acontecido. Desde vínculos familiares irresolutos, atravesados por los mandatos hasta la búsqueda de un destino propio de libertad. El texto se grita y se siente al tiempo que se habla tanto en primera como en tercera persona. De lo mejor de la producción anual del Itaca, una de las salas que se ha consolidado por la zona de Almagro.

Para el final, dejamos a “Las moiras” y su vuelta de tuerca sobre la riqueza del teatro judío en la combinación de humor e ironía. Retoma diversos temas que van desde la religión a la identidad, desde la actividad de tres mujeres encargadas de arreglar los “shidujim” (casamientos pactados). Apegadas a su santo deber, tienen muy claro su trabajo. Esto no impide su opinión respecto de los hombres y mujeres que deben unir en matrimonio. Nuevamente, el tandem texto-dirección-actuaciones son puntos fundamentales para la risa y la reflexión se combinan constantemente.

Párrafo aparte para quienes fueron por otros rumbos con resultados tan interesantes como perturbadores y divisores de aguas. Nos referimos a «The silent manifiesto«, “El alemán que habita en mi” y “El saco de Fred Astaire”. La primera visibiliza la vida de un joven norteamericano en Argentina y su ponzoñosa mirada sobre el «American way of life», que destroza los corazones cipayos vernáculos. En el caso del «teutón», es un tratamiento tan poético como corrosivo del deterioro de una persona con el paso del tiempo y, obviamente, por la culpa del germánico del título. En cambio, la tercera retoma la eterna relación entre madre e hija, atravesada por el hurto de la prenda del reconocido actor y bailarín, en propiedad del intendente del pueblo.

La próxima edición, vamos con las Damas de las Tablas del presente año.

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